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Juan Bautista Saval - Presidente del Partido Popular de Callosa d'en Sarrià.

martes, 30 de junio de 2009

SOBRE LA CODICIA...

Reinterpretación y adaptación de una reflexión de Roberto S. Mizrahi para Opinión S.


Dedicado a todos aquellos que siguen pensado que el Ajuntament de Callosa d'en Sarrià es su cortijo privado y que pueden seguir expoliandolo a voluntad.


La codicia es la maldición de la humanidad. Para satisfacer su codicia, el hombre miente, embauca, pervierte y deforma y muchos son los que cada día sufren por ello, víctimas de la mentira y el engaño. Ideas, trabajo, valores que han tardado siglos en alcanzar su madurez pueden verse arrasados en solo unos minutos por la codicia. A menudo lo más hermoso, lo más preciado, se convierte en aquello sobre lo que más dolor se vierte. La codicia forma parte de los peores sentimientos que nos rodean. Nos toca luchar contra ella para elevarnos como seres humanos y, muy especialmente, para no lastimar a los demás con las consecuencias de nuestro propio egoísmo personal.


Ocurre que cuando la codicia es muy grande y actuamos desaforadamente impulsados por ella, caemos en el mundo de la rapiña. Personas sin escrúpulos y con pobres valores buscan apropiarse de lo que no les pertenece, sea dinero u otros activos tangibles o intangibles. Utilizando argucias, falsedades o presiones, intentan apoderarse de algo de lo que no podrían disponer sino con gran esfuerzo y tiempo. No siempre operan como delincuentes ordinarios; muchas veces son profesionales de cuello blanco: abogados que engañan a sus clientes, síndicos que no actúan con lealtad, médicos que aconsejan cirugías innecesarias, políticos sin ética ni moral, entre muchos otros.


Mientras tanto, la inmensa mayoría de los mortales trabaja duramente para lograr los ingresos que le permitan vivir con dignidad. Frente a la dedicación, al trabajo de las personas honestas contrasta la actitud del codicioso, siempre al acecho de la oportunidad para volver a operar. Quien rapiña generalmente tiene una historia de hechos parecidos y en su trayectoria ulterior es muy posible que reincida en otros hechos de rapiña. Si bien es posible que un cierto nivel de codicia sea inherente a la condición humana, aquéllos de los que estamos hablando transgreden límites que están claramente establecidos en la ley o en el código de convivencia entre ciudadanos que se respetan. Estos codiciosos, muchas veces compulsivos, causan heridas y dolor a sus semejantes pero no es esto algo que les afecte. El botín del fin del día es lo que cuenta.


La rapiña que queda impune, es decir, los casos de codiciosos que ejecutan un acto de rapiña y logran su cometido sin sufrir consecuencias legales o sociales, enervan el sentir y el funcionamiento del conjunto de la sociedad. Porque los que se guían por criterios de justicia y honestidad ven con incredulidad cómo logra conservar su botín el codicioso dedicado a rapiñar. Esto podría afectar la moral ciudadana e incluso atraer a otros que no estuviesen firmes en sus convicciones. La impunidad es como dejar crecer una peligrosa enfermedad; en algún punto pagan con el colapso tanto células enfermas como las sanas.


Ha habido codicia desde que el mundo es mundo y casos de piratería abundan en los anales de la historia. Lo que llama la atención -quizás ingenuamente- es que hoy los piratas gozan de un nivel de vida con sus necesidades básicas cubiertas y ya no parten a la mar para compensar injusticias o asegurar su subsistencia. Tampoco llevan un parche negro en uno de sus ojos, sino ropa que los mimetiza con el resto de la sociedad; el parche lo llevan en su alma, que se intuye pero no se ve.


Me pregunto si algún día, de alguna forma, las consecuencias de sus actos terminarán generándole a quien rapiña más nivel de ansiedad y de angustia del que cargamos quienes somos sus víctimas. O quizás su personalidad sea tal que hagan de la caza de presas su medio natural de vida. Un psicólogo sería el llamado a contestar esta cuestión. Mientras tanto no queda sino protegerse de los depredadores y limpiar de nuestra sociedad a los resabidos de codicia que se hubiesen enquistado.


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